sábado, 3 de diciembre de 2016

EL AMOR (Bucay)

UN RELATO SOBRE AMOR 
Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un 
pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser 
leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, 
hermosos y maravillosos.. 
La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo 
dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran. 
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de 
casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa 
relación. 
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de 
estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su 
profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver 
tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente 
agasajo... 
Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por 
mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, 
semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario. 
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces 
recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un 
reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, 
que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, 
lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo 
acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche. 
Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj." Entró a preguntar cuánto valía y, 
ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de 
lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no 
podía esperar tanto. 
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó 
en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con 
un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía 
diez años, no tardó en entrar a preguntar. 
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar 
la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera: 
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría? 
- Seguro - fue la respuesta. 
- Entonces en tres días estaré aquí. 
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada. 
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y 
ella bajó al pueblo. 
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la 
caja de madera. Cuando llegó a su 
casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar. 
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos 
velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que 
se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo. 
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa 
la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande 
que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo 
el reloj de oro del abuelo. 
Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros 
para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.

viernes, 2 de diciembre de 2016

LA ISLA DE LAS EMOCIONES

Hubo una vez una isla donde habitaban todas las emociones y todos los sentimientos humanos que existen. Convivían, por supuesto, el Temor, la Sabiduría, el Amor, la Angustia, la Envidia, el Odio… Todos estaban allí.
A pesar de los roces naturales de la convivencia, la vida era sumamente tranquila y hasta previsible. A veces la Rutina hacia que el Aburrimiento se quedara dormido, o el Impulso armaba algún escándalo, pero muchas veces la Constancia y la Conveniencia lograban aquietar el Descontento.
Un día, inesperadamente para todos los habitantes de la isla, el Conocimiento llamó a reunión. Cuando la Distracción se dió por enterada y la Pereza llegó al lugar del encuentro, todos estuvieron presentes. Entonces, el Conocimiento dijo:
– Tengo una mala noticia que darles: la isla se hunde. Todas las emociones que vivían en la isla dijeron:
– ¡No! ¿Cómo puede ser? ¡Si nosotros vivimos aquí desde siempre! El Conocimiento repitió:
– La isla se hunde.
– ¡Pero no puede ser! ¡Quizá estás equivocado!
– El Conocimiento casi nunca se equivocadijo la Conciencia dándose cuenta de la verdad–. Si él dice que se hunde, debe ser porque se hunde.
– Pero, ¿qué vamos a hacer ahora? –se preguntaron los demás.
Entonces, el Conocimiento contestó:
– Por supuesto, cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo os sugiero que busquéis la manera de dejar la islaConstruid un barco, un bote, una balsa o algo que les permita irse, porque el que permanezca en la isla, desaparecerá con ella.
– ¿No podrías ayudarnos? –preguntaron todos, porque confiaban en su capacidad.
– No –dijo el Conocimiento–, la Previsión y yo hemos construído un avión y en cuanto termine de decirles esto, volaremos hasta la isla más cercana.
Las emociones dijeron:
– ¡No! ¿Qué será de nosotros?
Dicho esto, el Conocimiento se subió al avión con su socia y, llevando de polizón al Miedo, que ya se había escondido en el motor, dejaron la isla.
Todas las emociones, en efecto, se dedicaron a construir un bote, un barco, un veleroTodas… salvo el Amor.
Porque el Amor estaba tan relacionado con cada cosa de la isla que dijo:
Dejar esta isladespués de todo lo que viví aquí… ¿Cómo podría yo dejar este arbolito, por ejemplo? Ah… compartimos tantas cosas
Y mientras las emociones se dedicaban a fabricar el medio para irse, el Amor se subió a cada árbol, olió cada rosa, se fue hasta la playa y se revolcó en la arena como solía hacerlo en otros tiempos. Tocó cada piedra… y acarició cada rama…
Al llegar a la playa, exactamente desde donde el sol salía, su lugar favorito, quiso pensar con esa ingenuidad que tiene el amor:
Quizá la isla se hunda por un ratito… y después resurja… ¿por qué no?”.
Y se quedó durante días y días midiendo la altura de la marea para revisar si el proceso de hundimiento no era reversible…
La isla se hundía cada vez más…
Sin embargo, el Amor no podía pensar en construir, porque estaba tan dolorido que sólo era capaz de llorar y gemir por lo que perdería.
Se le ocurrió entonces que la isla era muy grande, y que aún cuando se hundiera un poco, siempre él podría refugiarse en la zona más alta…
Cualquier cosa era mejor que tener que irse. Una pequeña renuncia nunca había sido un problema para él.
Así que, una vez más, tocó las piedrecitas de la orilla… y se arrastró por la arena… y otra vez se mojó los pies en la pequeña playa que antes  fue enormeLuego, sin darse cuenta demasiado de su renuncia, caminó hacia la parte norte de la isla, que si bien no era la que más le gustaba, era la más elevada
Y la isla se hundía cada día un poco más.
Y el Amor se refugiaba cada día en un espacio más pequeño
Después de tantas cosas que pasamos juntos… –le reprochó a la isla.
Hasta que, finalmente, sólo quedó una minúscula porción de suelo firme; el resto había sido tapado completamente por el agua.
En ese momento, el Amor se dió cuenta de que la isla se estaba hundiendo de verdad. Comprendió que, si no dejaba la isla, el amor desaparecería para siempre de la faz de la Tierra…
Caminando entre senderos anegados y saltando enormes charcos de agua, el Amor se dirigió a la bahía.
Ya no había posibilidades de construirse una salida como la de todos; había perdido demasiado tiempo en negar lo que perdía y en llorar lo que desaparecía poco a poco ante sus ojos.
Desde allí podría ver pasar a sus compañeros en las embarcaciones. Tenía la esperanza de explicar su situación y de que alguno de sus compañeros lo comprendiera y lo llevara.
Buscando con los ojos en el mar, vió venir el barco de la Riqueza y le hizo señas. La Riqueza se acercó un poquito a la bahía.
– Riqueza, tú que tienes un barco tan grande, ¿no me llevarías hasta la isla vecina? Yo sufrí tanto la desaparición de esta isla que no pude fabricarme un bote…
Y la Riqueza le contestó:
– Estoy tan cargada de dinero, de joyas y de piedras preciosas, que no tengo lugar para ti, lo siento… – y siguió su camino sin mirar atrás.
El Amor se quedó mirando, y vió venir a la Vanidad en un barco hermoso, lleno de adornos, caireles, mármoles y florecitas de todos los colores. Llamaba muchísimo la atención.
El Amor se estiró un poco y gritó:
– ¡Vanidad… Vanidad… llévame contigo!
La Vanidad miró al Amor y le dijo:
– Me encantaría llevarte, pero… ¡tienes un aspecto!… ¡estás tan desagradable… tan sucio y tan desaliñado!… Perdón, pero creo que afearías mi barco– y se fue.
Y así, el Amor pidió ayuda a cada una de las emociones. A la Constancia, a la Sensualidad, a los Celos, a la Indignación y hasta al Odio. Y cuando pensó que ya nadie más pasaría, vio acercarse un barco muy pequeño, el último, el de la Tristeza.
– Tristeza, hermana –le dijo–, tú que me conoces tanto, tú no me abandonarás aquí, eres tan sensible como yo… ¿Me llevarás contigo?
Y la Tristeza le contestó:
– Yo te llevaría, te lo aseguro, pero estoy taaaaan triste… que prefiero estar sola – y sin decir más, se alejó.
isla-semi-hundidaY el Amor, pobrecito, se dió cuenta de que, por haberse quedado ligado a esas cosas que tanto amaba, la isla iba a hundirse en el mar hasta desaparecer.
Entonces se sentó en el último pedacito que quedaba de su isla a esperar el final.
De pronto, el Amor escuchó que alguien chistaba:
– Chst-chst-chst…
Era un desconocido viejecito que le hacía señas desde un bote de remos.
El Amor se sorprendió:
– ¿A mí? –preguntó, llevándose una mano al pecho.
– Sí, sí –dijo el viejecito–, a ti. Ven conmigo, súbete a mi bote y rema conmigo, yo te salvo.
El Amor lo miró y quiso explicar:
– Lo que pasó fue que yo me quedé…
– Yo entiendo –dijo el viejecito sin dejarlo terminar la frase–, sube.
El Amor subió al bote y juntos empezaron a remar para alejarse de la isla.
No pasó mucho tiempo antes de ver cómo el último centímetro que quedaba a flote terminó de hundirse y la isla desaparecía para siempre.
– Nunca volverá a existir una isla como ésta –murmuró el Amor, quizá esperando que el viejecito lo contradijera y le diera alguna esperanza.
– No –dijo el viejo– como ésta, nunca.
Cuando llegaron a la isla vecina, el Amor comprendió que seguía vivo. Se dió cuenta de que iba a seguir existiendo.
Giró sobre sus pies para agradecerle al viejecito, pero éste, sin decir una palabra, se había marchado tan misteriosamente como había aparecido.
Entonces, el Amor, muy intrigado, fue en busca de la Sabiduría para preguntarle:
– ¿Cómo puede ser? Yo no lo conozco y él me salvó… Todos los demás no comprendían que me hubiera quedado sin embarcación, pero él me ayudó, él me salvó y yo ni siquiera sé quién es…
La Sabiduría lo miró a los ojos largamente y dijo:
– Él es el único que siempre es capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir. El único capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse. El que te salvó, Amor, es el Tiempo.